Herman Hollerith nació en Buffalo, Nueva York (en los Estados Unidos) el 29 de Febrero de 1860, proveniente de una familia de inmigrantes alemanes que viajaron a los Estados Unidos a consecuencia de los disturbios políticos de 1848. Su padre era un profesor de Griego y Latín que se caracterizaba por ser un libre pensador (de ahí que tuviera que huir de Alemania), y que murió en un accidente cuando Herman tenía apenas 7 años de edad. Al enviudar, su madre convirtió su hobby de elaborar sombreros para damas en un negocio que les permitió llevar una vida libre de dificultades económicas. A principios del decenio de 1870, la familia Hollerith se trasladó a la ciudad de Nueva York, en donde Herman acudió por un tiempo a una escuela pública y luego tuvo un maestro particular debido a sus deficiencias en ortografía que le estaban causando desasosiego y malas notas en otras materias. Desde entonces se advirtió su enorme talento para la mecánica, aunque se dice que no parecía tener muchas otras habilidades. Cuando apenas contaba con 15 años de edad, Herman ingresó a la Universidad de Columbia, y se graduó de ingeniero en minas a los 19 años con mención honorífica. Durante los veranos trabajó en las minas de hierro de Michigan y probablemente pensaba regresar allí después de su graduación, aunque la experiencia no le había agradado del todo. Casualmente, Hollerith se graduó en un año terminado en nueve, que era precisamente cuando la oficina del Censo se preparaba a iniciar su trabajo. William Trowbridge, quien había sido profesor de Hollerith en la universidad era agente especial del censo, y le ofreció a su ex-alumno un empleo en Washington, D.C., en el que ganaría $600 dólares al año. Hollerith no lo pensó dos veces, y aceptó la oferta de inmediato. Su trabajo consistiría en elaborar un aburrido y detallado informe sobre el uso del vapor y del agua, que muy pocos consultaban y menos aún leían. Durante esos años, Hollerith asistió con frecuencia a las fiestas del Club de Botes Potomac y tuvo tiempo para dedicarse al único hobby que se le conoce: la fotografía. Curiosamente, Hollerith tenía una enorme aversión a que se le tomaran fotos, y por ello se tienen muy pocas fotografías de él en nuestros días.
Uno de sus conocidos en la Oficina del Censo fue el Dr. Shaw Billings, quien estaba a cargo de las estadísticas vitales. Hollerith invitó a salir a la hija de Billings, de quien se dice era muy bella, en el verano de 1881. Tras una cena en la que Hollerith atacó fervorosamente la ensalada de pollo de un restaurant, la joven (llamada Kate Sherman) se impresionó tanto con el joven ingeniero que lo invitó a cenar a su casa. Fue durante esa cena que Hollerith y Billings entablaron una conversación que cambiaría para siempre la vida del primero. Billings le dijo a Hollerith que debía ser posible construir una máquina que realizara la tediosa tarea de tabular la población y demás estadísticas que se derivan del censo. Incluso, le sugirió a Hollerith la idea de usar tarjetas perforadas para codificar la información de cada individuo. Hollerith quedó prendado del problema y pensó que podría trabajar en el diseño de dicha máquina, pero cuando le pidió a Billings si quería trabajar con él, éste declinó aduciendo que a él lo único que le interesaba era ver la máquina construída. Hollerith nunca olvidó darle el crédito debido a Billings por la sugerencia y por sus valiosas ideas, pero el diseño de la máquina fue todo obra suya.
Las tribulaciones de un joven inventor
Hollerith no permaneció mucho tiempo de Washington; el gral. Francis Walker a quien había conocido en la Oficina del Censo, fue nombrado Presidente del prestigioso Instituto Tecnológio de Massachusetts (MIT, por sus siglas en inglés), y en 1882 lo invitó a incorporarse a la plantilla de maestros, como instructor de Ingeniería Mecánica. Hollerith aceptó el ofrecimiento, y al parecer resultó un buen maestro, aunque sólo duró un año en su nuevo empleo. Mientras estuvo en MIT, sin embargo, aprovechó parte de su tiempo libre para trabajar en la máquina para codificar la información del censo. Tras su retiro de la academia, regresó a Washington para trabajar durante un tiempo en la Oficina de Patentes. Ahí aprendió todo lo que pudo sobre las regulaciones legales de las patentes, y posteriormente se estableció de manera independiente como "Experto y Asesor Legal de Patentes". Esta actividad le produjo suficientes fondos para seguir trabajando en su máquina. Una vez que tuvo listas las primeras partes de su máquina, las llevó a la Oficina del Censo quienes pensaron que la idea tenía bastante mérito. Con esas palabras de aliento, y $2,500 dólares de financiamiento proporcionados por uno de sus cuñados que trabajaba en la industria de la seda, Hollerith registró su primera patente el 23 de septiembre de 1884. Para su desgracia, un poco después le vendría una racha de mala suerte en la que su cuñado ya no se sentiría tan entusiasmado con su proyecto y le retiraría su apoyo financiero. El desesperado Hollerith acudió entonces a otros miembros de su familia, pero ante su falta de apoyo, su amargura lo llevó al extremo de romper relaciones con ellos de manera permanente. Después de eso, vendría el anuncio de su compromiso matrimonial con Flora Fergusson quien, para su desgracia, murió de tifoidea un año después, en 1886. Este suceso lo volvió un fanático de la comida, pues se llegó a convencer de que sólo así podría evitar enfermedades tan terribles como la que sesgó la vida de su prometida. De tal manera que Hollerith se volvió una persona bastante robusta hacia el final de su vida. En abril de 1885 Hollerith registró una patente de un sistema de frenos de aire para ferrocarril operado de manera electromecánica. Este invento se produjo mientras trabajaba para su primo Henry Fled, quien era un ingeniero con una carrera muy distinguida que era presidente de una empresa dedicado a promover los frenos inventados por John F. Mallinckrodt. Aunque los frenos inventados por Hollerith resultaron ser mejores que los de Westinghouse (los frenos utilizados más comúnmente en aquel entonces) en unas pruebas realizadas en los 2 años sub-siguientes, la necesidad de estandarización de la industria de los ferrocarriles dejó al decepcionado Hollerith fuera del mercado rápidamente. La Westinghouse le ofreció comprarle sus patentes, pero el orgulloso inventor se negó a hacerlo pensando que recurrirían a él tarde o temprano, pero eso nunca sucedió. Eso lo obligó a retomar su invento para procesar información por medios mecánicos.
Momentos de gloria
Uno de los problemas medulares del invento de Hollerith era la forma de almacenar la información. La propuesta de Billings de usar tarjetas perforadas parecía muy prometedora, pero Hollerith no estaba completamente seguro de cómo llevarla a la práctica. De hecho, inicialmente había pensado usar en su lugar largas tiras de papel, pero abandonó la idea por considerarla demasiado engorrosa. Un viaje de ferrocarril en 1883 le proporcionó, de manera inesperada, la solución a su problema. Su boleto de ferrocarril contenía, en una serie de perforaciones un "retrato" suyo ideado para evitar que los pasajeros de distancias cortas aprovecharan las tarifas ofrecidas a los pasajeros de trayectos largos. Al comprar el boleto, el conductor perforaba una determinada descripción del pasajero: si tenía cabello claro u oscuro, ojos claros u oscuros, nariz pequeña o grande, etc. Observando el borde del boleto los demás empleados ferroviarios podían determinar si su poseedor era en realidad la persona que lo había comprado o no. Eso dio la idea genial a Hollerith de adoptar un sistema similar para codificar información sobre cada individuo mediante perforaciones, y luego procesarla usando un clasificador basado en el telar de Joseph Marie Jacquard, usado en la industria textil.
Su primera oportunidad de demostrar su sistema se produjo en el Departamento de Salud de Baltimore, a quienes les organizó sus caóticos archivos médicos. Su máquina probó ser todo un éxito, y en poco tiempo registró un buen número de patentes más, cubriendo la perforadora de tarjetas y una ordenadora que permitía clasificar la información en base a algún atributo en particular. Nueva Jersey vino después de Baltimore, y la Oficina del Cirujano General del Departamento de Guerra contrató su sistema en 1888. Durante la primavera de 1889, Hollerith exhibió su equipo en Berlín y París, y en julio lo instaló en el Departamento de Salud de la Ciudad de Nueva York. Como parte de su racha de buena suerte, Robert P. Porter fue nombrado superintendente del nuevo censo de los Estados Unidos. Porter era amigo de Hollerith y un defensor entusiasta del equipo de éste. No debe sorprendernos entonces que lo primero que hizo Porter en su nuevo empleo fue nombrar una comisión de 3 expertos en estadística para que evaluaran equipo que pudiera mejorar el procesamiento de la información del censo. El comité encabezado por el muy respetado Dr. Billings (así es, se trata del mismo que le sugirió la idea de la máquina a Hollerith) se limitó a examinar el sistema de Hollerith y 2 más, resultando fácilmente triunfador el del primero. La Oficina del Censo ordenó 56 máquinas a Hollerith, a un costo de $1,000 dólares anuales cada una (de renta). El censo de 1890 fue un éxito en todos los sentidos, y Hollerith se volvió famoso en muy poco tiempo. El Instituto Franklin en Filadelfia le otorgó la medalla Elliot Cresson por revolucionar la estadística, y la Universidad de Columbia le otorgó un doctorado Honoris Causa por sus contribuciones al procesamiento de información, aceptando como su disertación un artículo sobre su máquina publicado en 1889. Como todas sus máquinas estaban amparadas bajo patentes suyas, Hollerith aprovechó su monopolio para cobrarle al gobierno 65 centavos por cada 1000 tarjetas procesadas. Aunque cada persona tenía su tarjeta individual, sólo se requirieron 2 años para procesar toda la información, y tras anunciar que la población de Estados Unidos era de 56 millones de habitantes, presentó la factura al gobierno. A fines de 1890, Austria hizo un pedido de máquinas para su propio censo; al año siguiente Canadá pidió 5, y luego Italia hizo lo mismo. Las máquinas de Hollerith también alentaron a Rusia a realizar su primer censo, y pronto adquirió fama de ser el primer ingeniero estadístico del mundo.
Su vida personal también sufrió cambios, pues durante este período de esplendor, Hollerith conoció a Lucía Talcott, se enamoró de ella y pronto la pidió en matrimonio. La boda fue, sin embargo, pospuesta por 2 años, debido a la inseguridad financiera de Hollerith, pero cuando finalmente ganó el contrato del censo en 1890, decidió llevarla a cabo. Cabe mencionar que Hollerith estableció una estrecha amistad con la madre de Lucía, y que su correspondencia con ella ha sido una de las fuentes más importantes de información utilizada por sus biógrafos.
El Fin del Monopolio
Aunque los negocios iban bien, los dolores del crecimiento de su compañía no se hicieron esperar, y pronto Hollerith estaba nuevamente en problemas económicos. Como parte de su proceso de expansión, Hollerith comenzó a ordenar los archivos de la empresa de ferrocarriles de Nueva York y de Pensilvania, pero sus primeras pruebas no salieron bien y perdió un importante contrato. Aunque después logró recuperar el contrato de Nueva York, las demás empresas ferrocarrileras no se interesaron en lo más mínimo en adquirir sus máquinas. Para 1896 su familia había crecido (tuvo un total de 6 hijos con su esposa), y se había mudado a una nueva casa. Contaba entonces con 36 años, y había decidido que era momento de formalizar su empresa. El 3 de diciembre de 1896, se fundó la Tabulating Machine Company en el estado de Nueva Jersey, convirtiéndose en la primera empresa de cómputo en el mundo. Varios de sus amigos y parientes compraron acciones de la nueva empresa, mientras Hollerith se preparaba para el censo de 1900. William R. Merriam estaba ahora a cargo del censo, y convocó a otra competencia de máquinas, de la que Hollerith resultó triunfador fácilmente. Sin embargo, se negó a reducir sus tarifas, y con una población de casi 76 millones de habitantes, el gobierno americano le tuvo que pagar $428, 239 dólares por sus servicios a Hollerith. Obviamente más de una persona en el Gobierno no estaba satisfecha, y pensaron que el no poder adquirir las máquinas les iba a resultar muy costoso a la larga. Hacia 1910, un nuevo superintendente del censo fue nombrado. Su nombre era Simon Newton Dexter North, y se convertiría en la peor pesadilla de Hollerith. Sabiendo de que las patentes de Hollerith estaban a punto de vencerse, North propuso al gobierno el diseño de una máquina que resultaría significativamente más barata que la de Hollerith. Como era de esperarse, Hollerith se puso furioso y una larga y cruenta guerra se inició entre los dos, pese a que Hollerith disfrutaba de una muy buena situación financiera. North habría sido derrotado en su intento de crear una máquina que no violara las patentes de Hollerith y a la vez pudiera hacer el trabajo, si no hubiera sido por un oscuro ingeniero que contrató para ayudarle. Su nombre era James Powers. Poco se sabe de él, excepto que nació en Rusia, que era ingeniero eléctrico, y que fue capaz de acabar con el monopolio de Hollerith. Powers eventualmente renunció a la oficina del Censo y fue un feroz competidor de Hollerith durante varios años. Su empresa se volvió tiempo después parte de la Remington Rand, y más tarde de la Sperry Rand.
Sus últimos años
En 1910 Hollerith se sentía cansado, y comenzó a padecer problemas cardíacos, por lo que sus médicos le recomendaron relajarse y descansar más. Fue en esta época precisamente que un hombre de negocios llamado Charles Ranlett Flint hizo aparición, y le propuso al cansado Hollerith fusionar 3 empresas con la suya, a fin de formar una nueva, que a la sazón se llamaría Computing-Tabulating-Recording (CTR). En la transacción Flint le compró sus acciones a Hollerith, y lo volvió millonario de la noche a la mañana. Hollerith se retiró a las costas de Maryland, donde estableció una granja enorme para su numerosa familia. Aunque siguió dando asesorías a la CTR durante varios años e incluso tuvo la inquietud de formar otra empresa, la realidad es que sus época creativa había terminado, y ahora sólo le quedaba contemplar el fruto de su trabajo, que había dejado huella muy profunda en la estadística y el procesamiento de información en todo el mundo. Herman Hollerith murió el 17 de noviembre de 1929 en Washington D. C. de un ataque al corazón, a los 69 años de edad.
Hollerith todavía alcanzó a ver a un joven ejecutivo llamado Thomas Watson, que fue contratado por la CTR en 1914 por cuestiones meramente azarosas. Bajo su dirección la CTR cambió radicalmente, y algunas de sus técnicas empresariales fueron motivo de estudio durante varios años por lo innovadoras y eficaces que resultaron. A Watson no le gustaba el nombre CTR, porque decía que daba la apariencia de que eran "una empresa barata", y sugirió un nombre de mayor impacto. Su propuesta fue aceptada casi de inmediato, y la CTR se llamó desde entonces International Business Machines, o simplemente IBM.
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